Doscientos años para descifrar una emboscada
Un informe descubre que diez soldados napoleónicos atacados por los guerrilleros no fueron enviados a prisión, como señala la historiografía, sino muertos en una escaramuza


En 2014, al reparar una conducción de agua que atravesaba el denso y bucólico bosque de El Carrascal, en Unzué (Navarra), los operarios se toparon con lo que parecían dos esqueletos humanos a pocos centímetros de la superficie. Los especialistas de la Guardia Civil, el Instituto Navarro de Medicina Legal y el Servicio de Patrimonio Histórico de la Dirección General de Cultura de Navarra se personaron en el lugar. Lo que, en principio, parecía ser a una fosa común de la Guerra Civil (1936-1939) ―los huesos de los fallecidos mostraban impactos de bala en cráneo, cuerpo y extremidades― correspondía, en realidad, a un enfrentamiento entre las tropas sas de Napoleón Bonaparte y la guerrilla española durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). En total, se hallaron los esqueletos de diez personas.
El informe Exhumación de una fosa común de la Guerra de la Independencia en El Carrascal, publicado en la revista Trabajos de Arqueología de Navarra, deja en el aire una pregunta: ¿se trata de los mismos diez soldados napoleónicos que fueron apresados en el bosque por el guerrillero José Mina y llevados a un castillo de Lleida, como dice la historiografía o, en realidad, estos fueron asesinados tras rendirse en el mismo lugar del enfrentamiento? Los expertos Raquel Unanua, de Runa Gestión del Patrimonio; Lourdes Herrasti, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi; Igone Etxeberria, del Hospital Universitario Donostia; Francisco Etxeberria, de la Universidad del País Vasco, creen haber resuelto el misterio.

Tras la brutal e inesperada invasión napoleónica de España, “en Navarra, como en otras regiones, se implantó la estrategia de guerrillas como fórmula para desarrollar la resistencia armada, jugando, en todo el conflicto, el mismo papel: hostigar al enemigo, atacar todo tipo de convoyes, interceptar correspondencia o difundir la resistencia ante la ocupación”, recuerdan los investigadores. Las acciones guerrilleras se iniciaron a finales del año 1808, a partir de la ocupación sa, tras la derrota del general Francisco Javier Castaños en Tudela, el 23 de noviembre de 1808, y la toma final de Zaragoza en febrero de 1809. Su manera de actuación se basaba en la dispersión, distribuida en partidas pequeñas que lograban confundirse en el paisaje y reaparecer poco después por sorpresa en el lugar menos pensado.
Entre los primeros guerrilleros de Navarra se encontraba la partida de los Escopeteros Móviles de Andrés Eguaguirre, nombrado por el laureado José Palafox. Sin embargo, por su falta de disciplina, altivez e insolencia fue destituido. Sería Javier Mina, el Estudiante o el Mozo (1789-1817), quien lo sustituyó y organizó la resistencia armada, creando en julio de 1809 la guerrilla del Corso Terrestre, con el respaldo de las autoridades militares.

Compuesta inicialmente por 12 hombres, terminó con más de mil guerrilleros, en su mayoría labradores, artesanos, criados, militares, eclesiásticos, estudiantes, extranjeros y desertores del ejército francés. Su radio de acción incluía el Camino Real de Pamplona, la ciudad de Tafalla y el bosque de El Carrascal. El Corso Terrestre se mantuvo activo entre 1809 y 1810, hasta que Mina fue detenido y trasladado a Francia.
El historiador Francisco Miranda recuerda que el 12 de agosto de 1809, Mina, con doce hombres realizó una emboscada en El Carrascal sobre diez artilleros ses, “a los cuales apresa y traslada a Lérida”. “Mina y los suyos habían brotado de su escondite y se arrojaron encima de los artilleros con tamaño furia, que no sólo les coartaron todo movimiento, sino que no fue siquiera preciso el disparar a los diez enemigos –porque eran diez– rindieron las armas y se entregaron.” El tío de Mina, el militar Francisco Espoz y Mina, en sus Memorias, confirmó estos hechos.
El informe de los especialistas señala que “la narración heroica de este episodio no oculta cierta analogía con el hallazgo de la fosa común, coincidiendo el número de individuos, el espacio y el lugar. Pero, el relato de los hechos contradice al propio hallazgo, un enterramiento simultáneo de diez individuos cuyo estudio antropológico establece que todos presentan lesiones por arma de fuego, cuya localización, distribuida en todo el cuerpo, tanto por cara anterior como posterior, orienta hacia una emboscada en la que los soldados ses se vieron sorprendidos por el ataque rápido”.
Los fallecidos, según los estudios antropológicos, tenían entre 16 y 25 años y presentaban 22 balazos, seis de ellos por la espalda, ―se han encontrado cuatro de los proyectiles de avancarga, los que se introducían por la boca del arma-.
Los especialistas tienen “como hipótesis inicial, en términos de probabilidad, la posibilidad de que se trate de una de las primeras acciones llevadas a cabo por la guerrilla del Corso Terrestre al mando de Javier Mina el Estudiante, el 12 de agosto de 1809, con la emboscada sobre diez artilleros ses”. Recuerdan que las “escasas referencias sobre esta acción relatan que no fueron atacados con armas de fuego, siendo apresados, al rendirse y enviados a Lérida, por lo que no se ajustaría al análisis paleopatológico del hallazgo [todos muestran balazos, incluso en el cráneo], “pero la casual coincidencia con la localización y el número de personas asesinadas, y la indeterminación que ofrecen las fuentes documentales no cierra esta opción”.
Y concluyen: “Por el orden en la deposición [enterrados todos juntos y de forma lineal] y su ubicación próxima al camino, muy cerca de donde se produjeron los hechos, posiblemente los enterraron los vecinos de la zona y no los victimarios”. Se apiadaron de ellos, aunque no les dejaron ni un solo objeto encima. Eran tiempos de guerra.
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