Cómo llevarse bien con los osos ‘grizzly’
En las comunidades rurales de Alaska y Canadá, reducir los conflictos entre las personas y sus vecinos salvajes significa que ambas especies deben cambiar su comportamiento

Caminando con cuidado por un bosque de álamos americanos amarillentos del sureste de la Columbia Británica, el científico de vida silvestre Clayton Lamb busca entre la maleza un árbol robusto al que atar su trampa para osos. Un tentador rastro de olor ha sido trazado para atraer a un animal que puede recorrer más de mil kilómetros cuadrados hasta este preciso lugar, a las afueras de la ciudad de Fernie. La colega de Lamb, la técnica de fauna salvaje Laura Smit, rocía el bosque con sangre podrida de vaca desde una garrafa de plástico rojo. Para las narices humanas, el hedor es repugnante. Para un oso grizzly que quiere engordar para el invierno, es tentador.
Investigador de la Universidad de Columbia Británica Okanagan, Lamb ha pasado días enteros con Smit recorriendo este valle de las Montañas Rocosas canadienses, seleccionando lugares, creando rastros de olor y comprobando constantemente las cámaras remotas en busca de alertas de que se ha activado una trampa. Pasa la noche. No hay osos. La mayor parte de la noche siguiente transcurre también sin incidentes, hasta que a las 4:31 a. m. una cámara detecta actividad. Lamb envía un mensaje de texto: “Tenemos un grizz”.
Mientras el amanecer baña el valle con una luz dorada y naranja, Lamb y Smit toman un camino de tierra y suben por una pendiente sinuosa hasta llegar a una pequeña hembra de oso grizzly que dormita contra su árbol de sujeción, con un pie sujeto a la trampa, un arnés de bordes lisos enroscado en la pata como si fuera un grillete. Un disparo bien colocado de la pistola de dardos de Lamb por la ventanilla del camión istra una dosis de los tranquilizantes xilacina y Telazol. Unos minutos más tarde, el oso yace desplomado en un estupor inducido por las drogas.
Lamb y Smit se acercan con su equipo, comprueban los signos vitales, y comienzan a medir, tomar muestras e izar el cuerpo anestesiado de la grizzly en el aire en un cabestrillo amarrado a un árbol. Con un peso de 87 kilos (192 libras), típico de una hembra de oso grizzly que no ha crecido del todo, se calcula que tiene 4 años.
Alcanzar los 4 años en este paisaje es un logro notable. El hábitat está surcado por carreteras, vías férreas, minas de carbón, estaciones de esquí, granjas, propiedades rurales y pequeñas ciudades. “Esto no es un parque nacional”, dice Lamb. Pero a medida que los biólogos estudian cómo los osos pueden coexistir con la gente aquí y en otros lugares, aprenden que la coexistencia es una calle de doble sentido: los osos cambian su comportamiento para sobrevivir, pero para compartir este hábitat en armonía, las personas que viven aquí también deben estar dispuestas a cambiar. Los investigadores están aprendiendo que unas medidas sorprendentemente sencillas y relativamente baratas pueden marcar una gran diferencia a la hora de reducir los conflictos y salvar vidas de osos y de seres humanos.

Trampa mortal para osos grizzly
La hembra, registrada recientemente como EVGF129, ya ha vencido a las probabilidades. Casi tres cuartas partes de todas las hembras jóvenes que crecen en el valle del Elk mueren más jóvenes. De hecho, tras marcar con GPS a 70 osos entre 2016 y 2022, Lamb y sus colegas descubrieron que las tasas de supervivencia de los osos grizzly jóvenes en el valle del Elk son las más bajas registradas en Norteamérica y un orden de magnitud más bajas que en el resto de la Columbia Británica.
De los 14 osos con collar que murieron durante ese estudio, solo uno falleció por causas naturales. Los conflictos con personas causaron seis muertes, quizá siete. Las colisiones con vehículos de carretera o trenes mataron a otros seis; una causa de muerte sigue siendo un misterio. El nivel de conflictividad en el valle del Elk es 10 veces superior que el promedio de la provincia. Es “una trampa mortal para los osos jóvenes”, dice Lamb.
Y no se refleja plenamente en los informes del gobierno. Si no fuera por los collares GPS de Lamb, las muertes de más de la mitad de los osos grizzly que rastreó habrían pasado desapercibidas. La consecuencia es que también hay muchas muertes no declaradas entre los osos sin collar.
Paradójicamente, a pesar de la elevada tasa de mortalidad del valle del Elk, el número de osos grizzly de la región se mantiene estable. Aunque las muertes superan a los nacimientos aquí, una media de siete osos grizzly al año vagan desde regiones vecinas en busca de lo mismo que atrae a la gente al valle —espacio para vivir y comida para sus familias—.
La intensa presión a la que se ven sometidos los osos jóvenes en este peligroso paisaje implica una pronunciada curva de aprendizaje y cambios necesarios en su comportamiento. Para sobrevivir, muchos adoptan una estrategia clave —volverse mucho más nocturnos para evitar los encuentros con humanos—. Según Lamb y sus colegas, la nocturnidad aumentó la supervivencia anual de esta población entre un 2 % y un 3 %. Solo los osos de zonas en las que coexisten humanos y osos mostraron este cambio a la vida nocturna. Los osos en zonas silvestres no lo hicieron.
Pero para que los osos grizzly y las personas coexistan a largo plazo, no solo los osos deben modificar su comportamiento. Históricamente, a los osos grizzly se les disparaba, atrapaba y envenenaba en gran parte del continente, reduciéndolos a solo el 45 % de su antigua área de distribución en Norteamérica en los años setenta, con los que quedan casi totalmente viviendo en Canadá y Alaska. Hoy en día, las actitudes están cambiando de la dominación humana de la naturaleza al mutualismo —y eso significa aprender a llevarse bien con nuestros vecinos—.
Abordar el aspecto humano de los conflictos entre el hombre y la fauna puede parecer algo obvio. Pero a lo largo de la historia de la ciencia de la conservación, el cambio de comportamiento humano ha sido objeto de muy poca investigación y recursos, señala Diogo Veríssimo, de la Universidad de Oxford, Inglaterra, que dirige el Grupo de Trabajo sobre Cambio de Comportamiento de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Dado que todas las principales amenazas a la biodiversidad proceden de la actividad humana, será imposible evitar las extinciones sin cambiar nuestro propio comportamiento, afirma Veríssimo, mercadólogo de la conservación y coautor de un estudio sobre la coexistencia entre el hombre y la vida silvestre en el Annual Review of Environment and Resources de 2024. “La coexistencia tiene que ver fundamentalmente con las relaciones entre las personas y no tanto con los animales”, afirma.
Por eso, Lamb y socios como la Iniciativa de Conservación de Yellowstone a Yukón, un programa transfronterizo cuyo objetivo es conectar paisajes para impulsar la biodiversidad en una amplia zona del oeste de Canadá y Estados Unidos, encabezan desde abril de 2024 un plan de coexistencia comunitaria para el valle del Elk.

La valla resiste
Con la nieve todavía pegada a las laderas de las montañas y los osos aún dormidos, unas 30 personas se han presentado en una estación de ferrocarril reconvertida de Fernie para hablar de la coexistencia con el oso grizzly. Lamb es uno de los científicos presentes. También asisten a la reunión de representantes de la nación Ktunaxa, del gobierno y de la industria, así como guardas retirados, urbanistas, grupos conservacionistas, una empresa de tecnología para la vida salvaje y residentes. Todos comparten el interés por el espinoso problema de cómo convivir con el segundo mayor depredador terrestre de Norteamérica (solo superado en tamaño por el oso polar).
La consultora de coexistencia Gillian Sanders también ha viajado a esta reunión. Trabaja en la localidad de Meadow Creek, a cinco horas de carretera, en el noroeste. Cuando se mudó por primera vez a la zona y empezó a estudiar la relación de Meadow Creek con los osos grizzly, también trajo sus abejas. Al darse cuenta de que la miel era una gran tentación para los osos, instaló una valla eléctrica para proteger sus colmenas. Cuando resultó eficaz, se dio cuenta de que también funcionaría alrededor de manzanos, gallineros, corrales de ganado y cualquier otro atrayente. Con el tiempo, el uso de cercas eléctricas y los conocimientos necesarios para instalarlas y mantenerlas se han extendido por su comunidad y la región circundante, con 535 cercas eléctricas instaladas hasta la fecha.
Las soluciones están poco estudiadas y su estudio ha sido mucho menos prioritario que la investigación sobre los movimientos, la demografía y el comportamiento de los osos, pero una revisión internacional de los estudios publicados sugiere que esta sencilla medida —instalar vallas eléctricas— reduce los daños a las infraestructuras entre un 80 % y un 100 %. Fue la más eficaz de todas las intervenciones evaluadas, incluyendo disuasivos químicos y acústicos, reubicación de osos, aislamiento de atractivos como comida y basura, cuidado de la vegetación y control letal (disparos).
Antes de que Sanders se mudara a Meadow Creek, llevarse bien con los vecinos osos había sido todo un reto. Tracy Remple, que regenta allí una pequeña finca, señala que en el pasado los osos ladrones tomaban descaradamente las manzanas maduras de los árboles, arrancaban las zanahorias de los huertos, asaltaban los comederos de pájaros, se comía los animales de granja y rompían las puertas de los garajes para robar la basura. Hace décadas, la basura del vertedero local era un problema aún mayor. Remple recuerda que llevaba a los visitantes del pueblo al vertedero, donde, para entretenerse, veían cómo los osos grizzly se comían los pañales y las alfombrillas de las bandejas de carne.
Criada en una familia menonita, de niña Remple veía a su padre cazar osos grizzly desde el portal de su casa. De joven, Remple se marchó a la ciudad, pero 10 años después regresó. “Quería una granja. Quería árboles frutales. Quería gallinas. Quería cabras. Quería todo lo que a los osos les gusta comer”. Y ella lo quería sin disparar a los osos. “¿Qué podría salir mal?”, se ríe.

En una ocasión, las cosas salieron mal. Una noche, muy tarde, un oso grizzly intentó robar su carnero más preciado. Atrapado en el acto, el oso huyó, dejando al carnero muerto colgando de la cerca de la granja, y dejando a Remple conmocionada. En los últimos años, sin embargo, gracias en gran parte a la labor de Sanders y de la organización benéfica sin ánimo de lucro WildSafeBC, la idea de la coexistencia entre humanos y osos se ha afianzado. Remple tiene ahora un cercado eléctrico alrededor de su potrero.
En todo el pueblo hay ahora vallas eléctricas alrededor de manzanos, gallineros, potreros, colmenas, huertos, zonas de compost y secciones del canal de desove del salmón rojo o kokanee gestionado por el gobierno, para que los osos puedan pescar y los humanos puedan vigilar a los kokanee con seguridad. Incluso el padre de Remple, que una vez disparó a todos los osos que veía, acabó poniendo vallas eléctricas alrededor de su gallinero.
Remple también ha adoptado otro sencillo cambio de comportamiento: lleva un espray para osos cuando está en el corral. Según un estudio realizado en Alaska, el espray para osos detiene el “comportamiento indeseable” de los osos grizzly el 92 % de las veces, y el 98 % de las personas que lo llevan resultan ilesas en encuentros cercanos con osos. Evitar este tipo de encuentros puede ayudar a reducir el riesgo para los seres humanos, y también para los osos, al reducir la necesidad de que los funcionarios de conservación del gobierno disparen a los osos considerados un peligro público, una situación que provocó la muerte de 24 osos grizzli en la Columbia Británica en 2024.
Cambiar las actitudes en torno a la coexistencia
Pero cambiar las actitudes locales cuesta trabajo, porque no todo el mundo se deja convencer fácilmente por la coexistencia. La científica conservacionista Courtney Hughes, que estudió la coexistencia entre humanos y osos durante su doctorado en la Universidad de Alberta y sigue trabajando en conflictos entre humanos y animales salvajes en Canadá y África, sugiere que a menudo hay malentendidos en la opinión pública sobre lo que significa “coexistencia”.
Su trabajo de estudio de las actitudes de la población pone de relieve que la participación de las comunidades locales e indígenas en los conflictos entre seres humanos y fauna salvaje produce mejores resultados de conservación que el “científico paracaidista” que llega y dice a la población local lo que tiene que hacer. “La mentalidad científica occidental de la conservación tiene algo de ego”, afirma Hughes. Eso puede molestar a algunas personas.

De hecho, la coexistencia tiene más matices que la aplicación de ciencia dura a un problema. Se basa en el establecimiento de relaciones, la paciencia y la confianza. En la remota comunidad costera de Klemtu, Columbia Británica, de mayoría indígena Kitasoo Xai’xais, por ejemplo, los ecoturistas vienen con la esperanza de ver osos, pero los lugareños también necesitan vivir en armonía con ellos. Sierra Hall, coordinadora de coexistencia con la fauna salvaje, dice que para desarrollar soluciones de coexistencia “empezamos de cero porque no encontramos nada que tuviera sentido para una comunidad como la nuestra”.
En consulta con la comunidad, incluidos los ancianos locales, ha establecido zonas claramente señalizadas de coexistencia compartida, zonas solo para osos y zonas solo para humanos, ha mejorado la gestión de residuos con basureros resistentes a los osos y ha instalado mesas de limpieza en el muelle de la ciudad. El pescado recién capturado puede limpiarse y eviscerarse allí, y sus malolientes vísceras se desechan en aguas profundas en lugar de atraer a los osos, como ocurriría si se dejaran en tierra.
La coexistencia también se está imponiendo en el valle del Elk. En el marco de un plan de reparto de costos entre el gobierno y los propietarios, apoyado por grupos conservacionistas y la industria, se instalaron nueve cercados eléctricos en 2024. Lamb y Sean O’Donovan, biólogo de fauna silvestre de Columbia Británica, muestran un nuevo patio con valla eléctrica en un antiguo punto conflictivo a unos kilómetros de Fernie. Ahora el propietario puede vigilar su comedero de pájaros sin temor a que un oso grizzly se alimente allí también.
Justo al final de la autopista, no muy lejos de donde Lamb puso el collar a la osa EVGF129, el cercado eléctrico también ha asegurado otro punto conflictivo. El seguimiento de los osos con collar reveló que eran atraídos al peligro del tráfico por una fosa al borde de la carretera donde el Ministerio de Transporte vertía animales atropellados. Ahora basta una sola descarga eléctrica para que los osos no vuelvan. Desde que se construyó la valla no ha muerto ningún oso atropellado cerca de la fosa, afirma Lamb.
Hughes señala que no evaluamos con rigor lo que funciona en los programas de coexistencia. Eso tiene que cambiar. “Aún queda tanto por aprender”, afirma. “Y todos tenemos que escuchar más y oír realmente lo que las personas están diciendo”.
En cuanto a la osa EVGF129, a la que Lamb y Smit han apodado Lesley, ha sobrevivido un invierno más en este peligroso lugar. El GPS de Lamb muestra que, aunque ha cruzado la carretera dos veces desde que fue marcada, es principalmente una osa de montaña que prefiere las crestas.
Ha desarrollado la inteligencia callejera para sobrevivir tan bien como cabe esperar en su mundo plagado de peligros humanos. Ahora el futuro de Lesley depende no solo de sus propias decisiones de convivencia, sino también de las nuestras.
Artículo traducido por Debbie Ponchner.
Este artículo apareció originalmente en Knowable en español, una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos.
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