Cecilia Vicuña: “El miedo distorsiona la realidad. Hay que aprender a relajarse dentro del miedo”
La artista chilena inaugura exhibición en la galería Xavier Hufkens de Bruselas y recibe una medalla Art Basel por su trayectoria icónica


Cecilia Vicuña (Santiago de Chile, 78 años) creía que iba a morir siendo una artista desconocida. Durante los tres años que pasó en Londres —donde se encontraba cuando estalló la dictadura de Pinochet, que la convirtió en una exiliada— o los cinco que vivió en Bogotá, su trabajo artístico pasó desapercibido. Por entonces había empezado a crear palabrarmas (juegos poéticos que despedazan las palabras convirtiéndolas en armas simbólicas), las basuritas (pequeñas esculturas hechas con objetos encontrados en la calle) y el arte precario (esculturas efímeras construidas con palos, hojas y piedras). A los cuatro días de llegar a Nueva York, en 1980 —invitada a hacer una performance— se enamoró de un artista, que después se convertiría en su marido. Así que Vicuña se instaló en la gran manzana por amor, y a día de hoy, ahí sigue viviendo.
En Nueva York empezó a desarrollar los quipus, que se convirtieron en el alma de su obra. Un universo de poemas, instalaciones monumentales, esculturas y pinturas, íntimamente ligado a la naturaleza, al arte indígena y, en definitiva, a visibilizar la belleza de lo singular, que la sociedad condena con frecuencia a la sombra.
Casi medio siglo después de que empezara su andadura artística, en 2017, Cecilia Vicuña empezó a resonar con fuerza. En el 2022 el Guggenheim de Nueva York organizó su primera gran retrospectiva en Estados Unidos, expuso en la Tate Modern de Londres y se le concedió el Premio León de Oro en la Bienal de Venecia a la trayectoria artística. Desde entonces los reconocimientos se siguen sucediendo. El año pasado se le concedió el Premio Eric y Wendy Schmidt de Medio Ambiente y Arte por su activismo, especialmente comprometido con la crisis climática, y hace unas semanas se le otorgó una de las primeras medallas de los Premios Art Basel dentro de la categoría de artistas icónicos por ser “una de las más influyentes y polifacéticas artistas vivas”. También forma parte de la lista Power 100 de ArtReview, que reconoce a las cien personas más influyentes del mundo del arte.
En la actualidad su obra puede verse en la exposición colectiva Mother Tongues, en la Biblioteca Pública Central de Brooklyn (New York), en el Museo Pérez de Miami, en el Museo de Arte Moderno de Varsovia y en la galería Xavier Hufkens de Bruselas, donde desde este jueves hasta el 2 de agosto podrá verse la exhibición con obra inédita Futuro arcaico, seguida de una selección de su trabajo audiovisual.

Pregunta. Lleva 45 años viviendo en el mismo loft en el que se alojó al llegar a Nueva York. ¿Qué hace una persona como usted, tan fundida con la naturaleza, en esta gran urbe?
Respuesta. He intentado mudarme a otro lugar muchas veces. Mi compañero, que fue mi marido, era argentino, así que mi primer intento de regreso fue a Buenos Aires, con la intención de llevar una vida tripartita entre Argentina, Chile y Nueva York. Funcionó durante muchos años. Después el triángulo se desarmó y me quedé en Nueva York. Volver a Chile es volver a algo improbable, incierto. No he abandonado la idea, pero la forma exacta aún no se manifiesta. Sueño con volver a las montañas, eso es lo que más añoro, pero la vida no es de uno, la vida es de todos.
P. Es una persona muy sabia ¿qué es lo más relevante que ha aprendido?
R. Creo que lo más potente para mí es haber entendido que una cosa es percibir y otra darse cuenta de lo percibido. Tomar conciencia de que yo tengo y he tenido desde niña una forma específica y particular de conciencia. Esa forma de conocer (que yo llamo “ser con”, en mis palabrarmas) provoca una alegría indescriptible, cada vez que se capta algo es un deleite que estoy segura que altera las células, porque es un estado de descanso y de creación a la vez. Me acuerdo del primer día que lo sentí y comprendí que era un don y que no todo el mundo se daba el permiso para estar en ese estado.
P. ¿Dónde ocurrió?
R. Fue en la precordillera de Chile, tenía unos quince años y eran las tres o cuatro de la tarde. Andaba entre los cerros en un lugar donde los pastos, secos, amarillentos, eran mucho más altos que yo. La revelación me vino con un zumbido de abejas silvestres. Sentí que ese zumbido era la verdadera razón de la existencia. Es un zumbido estático, que envuelve todo el cuerpo, toda el alma. Estoy convencida de que las abejas mismas entran en trance. Y pienso en la forma tan brutal en que vive la mayor parte de los seres humanos ahora, esclavizados y atormentados por la falta de plata, por la enfermedades, por la violencia…Es una aberración que teniendo la humanidad el don de vivir en el deleite no lo respetemos. ¿Cómo podemos no resguardarlo como la cosa más valiosa que existe?
P. ¿Cómo ha conseguido que ese don que tiene prevalezca sobre el miedo y consiga dominarlo?
R. He estado en situaciones de mucho miedo frente a violentadores de mujeres. Atravesé por tierra haciendo dedo el Amazonas, y cosas así. Pero a través de la meditación comprendí que el verdadero peligro es entregarse al miedo, porque el miedo distorsiona la realidad. El miedo afecta tu entorno, afecta tu cuerpo. Es como la mentira, que altera la digestión. El cuerpo responde a esas emociones de forma intensa. Como no se podía esquivar el miedo había que entrar en el miedo y vivir dentro del miedo como si fuera un tejido apretado que se suelta y te deja pasar. Relajarse dentro de ese miedo.
P. Muchas personas abandonan su arte por una cuestión de supervivencia. Usted creyó que moriría siendo una desconocida, ¿qué la hizo perseverar en su obra?
R. Se me ocurre que tiene que ver con mi crianza. Viví hasta los nueve años en el campo. Recuerdo que leí una biografía de Mozart para niños, un genio que llegó a la desesperación por hambre, y se me quedó grabada la idea de que un arte sublime no estaba relacionado con el reconocimiento, ni con el valor o el dinero. Lo único claro era un mandato interior “haz esto ahora” y entonces lo haces o no, esa es la alternativa. El arte es aprender a poner atención inmediata a las cosas que son sutiles, delicadas y esquivas, que si no, se esfuman. Como crecí sin televisión ni más distracciones que el campo, pude haber desarrollado una forma de atención a esa llamada artística interna.

P. Empezó a obtener un súbito reconocimiento en el 2017, a partir de Documenta 14. ¿Qué fue lo que cambió?
R. Creo que lo que cambió fue el ecosistema del arte. Documenta 14 fue un movimiento colectivo excepcional, abierto a lo distinto, a lo que piensa y siente de otra manera. La edición tenía como concepto “mirar hacia el Sur” y me dieron el lugar más alto en el museo principal. Dispuse de un espacio de diez metros de alto para hacer mis quipus. Yo nunca había hecho quipus de más de cuatro metros. Esa noche soñé y el quipu me explicó cómo tenía que ser. Fue maravilloso.
P. Su reconocimiento ha sido tardío, como el de muchas artistas mujeres, pero ha podido disfrutarlo más que otras como Carmen Herrera, Etel Adnan o Faith Ringgold
R. En Documenta 14 me di cuenta de que por primera vez en mi vida estaba lleno de mujeres artistas viejitas, entre las que me encontraba yo. Éramos las más atrevidas, las más salvajes. Nunca había estado en una bienal donde le dieran bola a las mujeres mayores que ya casi ni caminan. ¡Qué cosa más fantástica! Pensé, ¡estamos en otro lugar del mundo, de la historia, del tiempo! Creo que es una bendición vivirlo cuando estoy todavía lúcida. Y veo que amigas artistas que son veinte años menores que yo, ya están en la gran circulación de su obra. Así que quizá esto sea ahora la tendencia. Sublime.
P. Ha recibido una de las primeras medallas otorgadas por los Premios Art Basel y dentro de la categoría de iconos
R. Este premio es diferente de cualquier otro premio que ha existido en el mundo del arte, porque premia al ecosistema artístico, al hecho de que todos hemos llegado adonde hemos llegado debido a un contexto en el cual la colaboración es posible y Art Basel ha galardonado a aquellos artistas que han sabido cooperar. Eso me parece un verdadero cambio de paradigma, me produce felicidad y orgullo porque desde mis comienzos he existido en ese plano de participación. Es un premio no solo para mí sino para el espíritu del colectivo.
P. ¿Hay alguna reflexión que quiera compartir sobre el proceso de envejecer o de final de carrera?
R. Lo máximo es la muerte. En Chile se dice “¡es la muerte!” para decir que es lo máximo.
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