Philip Kitcher, filósofo: “La vida es un proyecto humano, no de Dios”
El pensador británico es un defensor del progreso colectivo y se duele ante nuestro actual individualismo. Dice que hay valor en el idealismo, incluso cuando es absurdo


El apartamento de Philip Kitcher (Londres, 78 años) está frente a Riverside Park, en Nueva York, y a través del amplio ventanal del salón no solo entra un torrencial de luz, sino, además, mucho verde. El filósofo británico vive en este edificio noble del Upper West Side desde que hace 25 años empezara a trabajar en la Universidad de Columbia. Desde 2020, Kitcher es titular emérito de la cátedra John Dewey—se jubiló, dice, “para dejar espacio a otros”—, pero asegura que seguirá escribiendo e investigando. Una buena noticia, teniendo en cuenta que su obra es clave para repensar la naturaleza humana y el progreso colectivo.
Él se define como “un pensador horizontal que conecta puntos”, y esa capacidad vertebradora de unir disciplinas científicas y humanistas aparentemente inconexas ha sido uno de los aspectos más destacados al concedérsele el Premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Humanidades, que otorga la Fundación BBVA. Basta con revisar los temas que atraviesan sus 19 libros: del conocimiento matemático a la ética del Proyecto Genoma Humano, de la crisis ambiental a la educación y el desarrollo moral, pasando por interpretaciones filosóficas de La muerte en Venecia o el análisis de El anillo del nibelungo, de Wagner.
A diferencia de muchos intelectuales, Kitcher es un humanista genuino. Habla poco de sí mismo, escucha mucho, y se muestra profundamente preocupado por el estado del planeta y de la moral contemporánea. Es fácil sentirse cómodo en su compañía, contagiarse de su serenidad. En su apartamento destacan las paredes empapeladas, las estanterías repletas de libros y las fotografías de sus hijos y nietos que decoran cada rincón.
Pregunta. ¿Es realmente posible vivir una vida plena, ética y con propósito en el mundo actual, tan corrompido por la guerra y la injusticia?
Respuesta. La ética es más necesaria que nunca. Con la llegada de Trump vivimos en una época horrible, pero todo empezó mucho antes. Estamos recogiendo los frutos de lo que ocurrió económicamente hace 50 años, cuando se empezaron a tomar decisiones que priorizaban la eficiencia y hacer el máximo dinero posible, por encima de lo que era éticamente correcto. Yo he sido afortunado por nacer en un lugar particular y en un momento determinado, y me beneficié de un programa de servicios sociales que abría puertas y daba oportunidades. Pero esas puertas están cerradas para aquellos que proceden de familias que no son ricas, y es algo que me atormenta.
P. Es un claro defensor del humanismo secular. ¿Cómo se acepta el sinsentido de la existencia sin tener nada a lo que aferrarse?
R. La esencia de la religión es convencer a la gente de que existe algo mayor que ellos mismos y que pueden contribuir al plan. Pero podemos hacer exactamente lo mismo sin necesidad de un Dios: poniendo de nuestra parte para contribuir a que la vida sea mejor. La vida es un proyecto humano, no un proyecto de Dios.
P. Eso ayuda a que se viva con un propósito, pero mucha gente se ampara en la religión por miedo a la muerte o con la esperanza de que lo que ha sufrido sea compensado de algún modo.
R. Entiendo el miedo al dolor que puede producir la muerte, pero afortunadamente hay cuidados paliativos. Lo que no concibo es que haya un aferramiento a la idea de una vida después de la muerte. Sería maravilloso vivir en un estado perpetuo de plenitud, pero no me interesa. Lo que me gusta de la vida son las relaciones que creamos con otras personas, y eso no creo que pueda ser transferido a otra dimensión. No soy partidario de fomentar falsas esperanzas. Lo que hay que hacer es ayudar a que la gente viva lo mejor posible aquí y ahora, en esta vida.
P. A las nuevas generaciones se les enseña que lo importante es alcanzar el poder. Se ha perdido el respeto por la cultura y la educación, y el mundo ya no se rige por principios morales, sino por la mera supervivencia. ¿Queda esperanza para los niños?
R. Hoy los estudiantes son vistos como simples engranajes de una maquinaria destinada a aumentar la productividad y garantizar que la nación siga siendo competitiva en el mercado global. Se fomentan determinadas habilidades por razones económicas, y si lo que valoramos en alguien es su capacidad de producción tenemos una idea muy sesgada de lo que es un ser humano. Nos olvidamos de que la esencia de la educación es enseñar a vivir, crear buenos ciudadanos que vivan en comunidad y aprendan a distinguir lo que los hace singulares.
P. En uno de sus libros más recientes, The Main Enterprise of the World (La mayor tarea del mundo; sin traducir), usted propone una profunda reforma de la educación basada en el pensamiento filosófico.
R. Creo que cada persona debe encontrar lo que le interesa y formarse solo en lo que le importa. No creo que la educación sea algo solo para gente entre los 5 y los 25 años, sino algo a lo que se pueda optar a lo largo de la vida ofreciendo oportunidades para volver a formarse. Tenemos que ejercer una enorme resistencia a la realidad, hay un gran malentendido sobre qué debería ser la educación. ¿Se trata en última instancia de qué bienes poseemos? El objetivo es formar personas felices y plenas, capaces de trabajar juntas de manera colaborativa.
P. Y esta tendencia hacia el individualismo y la competencia afecta a otras esferas, como el medio ambiente
R. El cambio climático es un problema ético. Thatcher ya predijo en 1989 que la única forma de solucionar la crisis sería mediante un vasto esfuerzo de cooperación internacional. El panorama político actual desalienta la colaboración. En las conferencias climáticas se establecen objetivos inadecuados y no se atienden las necesidades de los países que demandan ayuda, no se consigue nada debido a la falta de compromiso ético de los políticos. Hay quienes, como Trump, se aprovechan de la resistencia. La pérdida de ética en la política no solo es catastrófica, sino estúpida. Nos enfrentamos a problemas globales donde la cooperación necesaria para resolverlos resulta imposible. Estamos divididos sobre cómo abordar la situación, y es como si intentáramos analizar una guerra en plena guerra.
P. Usted decidió retirarse en 2020, pero sigue investigando. ¿En qué trabaja ahora?
R. Estoy escribiendo una guía que me han encargado para explicar el Ulises. Solía impartir una clase sobre Joyce en Columbia, una de mis mejores experiencias. También quiero escribir sobre cómo la imaginación puede ayudar a la moral. Pienso en Dickens, en Shakespeare, en Wordsworth, ¡en el Quijote, de Cervantes! Hay valor en el idealismo, incluso cuando es absurdo. La Biblia se considera un libro moral y tiene pasajes éticamente atroces.
P. Hablando de ética, ¿qué le parece la decisión de la universidad donde ha enseñado tantos años, Columbia, de ceder ante la presión del Gobierno para conservar su financiación?
R. Me hubiera encantado que Columbia se hubiera posicionado como Harvard. Pero hay algo en ser la primera víctima de la línea final. No sabían cómo hacerlo. Fue un error terrible.
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