Pistas primaverales para descubrir la costa de Cantabria más desconocida
Entre las rías de San Vicente de la Barquera y de Tina Mayor esperan imponentes acantilados, paseos playeros y paradas para el descanso y el buen comer

Se podría decir que el tramo que se estira entre las rías de San Vicente de la Barquera y de Tina Mayor (limítrofe con Asturias), en Val de San Vicente, alberga algunos de los lugares más desconocidos y recónditos de la costa de Cantabria, y, por qué no decirlo, del litoral cantábrico español. En costas que no iten puertos pesqueros, los acantilados son los reyes indiscutibles de una naturaleza indomeñable.
Encaramado a uno de ellos se halla el Centro de Visitantes del Parque Natural de Oyambre, que ocupa la vivienda del faro de Punta de la Silla (1871), de torre cuadrangular y desde la que se alumbra la entrada a la barra de la ría de San Vicente de la Barquera. Esta costa pertenece a la Red Natura 2000 y está declarada Zona de Especial Conservación (ZEC, el antiguo LIC). Alrededor del faro sorprende un sendero interpretado con figuras de madera escondidas, jardín de mariposas, hotel de insectos y charca de anfibios. Junto al aparcamiento, cerca de la piedra con la inscripción Zalassa (mar, en griego), se abre un pequeño mirador sobre la bocana de la ría y el cabo de Oyambre, a veces sobrevolado por el halcón peregrino.

Los acantilados salvajes de San Vicente de la Barquera pueden recorrerse de forma guiada con Naturea Cantabria, una vez al mes, a través del parque natural de Oyambre, o mediante una ruta autoguiada de 8,5 kilómetros de recorrido circular, que se puede abreviar dando un corto paseo frente al mar y retornando por el mismo camino.
En coche podemos acercarnos a las ruinas de la ermita de Santa Catalina por su estupenda panorámica de 360 grados, para seguidamente aparcar en el área recreativa de La Guía, en la que sumarse a la ruta autoguiada. Para pernoctar queda muy cerca, en un bonito entorno, la Posada Punta Liñera, que combina habitaciones dobles y suites con vistas al mar. Los amables propietarios son buenos conocedores de la zona.

Jamás hay que marcharse sin pasear por el rompeolas de San Vicente de la Barquera, siempre y cuando las olas no lo sobrepasen, finalizando en la terraza panorámica de la Ostrería San Vicente, sección gastronómica de los viveros de la empresa Ostranor. Las ostras se sirven tanto al natural como picantes con vinagreta de cítricos, acivechadas o, la estrella de la casa, preparadas en tempura con alioli de soja, algas wakame y huevas de pez volador. No es raro que alguna embarcación salude a los comensales haciendo sonar la sirena. Una opción alternativa es conocer este litoral a caballo con Equus Boria.
Una vía más directa hasta el tramo más espectacular de este litoral parte de la playa de Fuentes, que divide los municipios de San Vicente de la Barquera y Val de San Vicente y es conocida popularmente por “La Nuclear”, en alusión al proyecto de central que dio protagonismo a esta cala hace cinco décadas, sin que llegaran a ejecutarse las obras. En pleamar desaparece bajo las aguas. Un consejo: se precisan botas que puedan contestar a este terreno calcáreo de rocas acuchilladas y un entorno de un verde superior.
Justo al lado de la cala se extiende la Punta del Fraile, por la forma frailuna vista desde el mar, que nos encarama a una hirsuta geografía perpendicular que tiene la potencia visual de los acantilados del Infierno en Ribadesella (Asturias): paredones cortados a pico que son observatorios inmejorables del Cantábrico. Si nos fijamos después en ese subibaja costero podremos columbrar junto al abismo las cruces que recuerdan el hundimiento del pesquero Lasarte, en 1977, con un balance de 14 ahogados. El hinojo marino es la planta nutricia de las mariposas cola de golondrina, obras de arte voladoras.

A la media hora de marcha, a la vista de la punta Cueto Marías, daremos la vuelta en la cueva del Cúlebre, cavidad en el suelo integrada en un complejo cavernario habitado en el Paleolítico y que sirvió de refugio durante la Guerra Civil. Por cúlebre se tiene en la mitología cántabra al dragón custodio de tesoros. Esta oquedad de los cantiles de Boria está declarada bien de interés cultural y no es raro escuchar desde ella el chillido de la xova piquirroja.

De nuevo desde la playa de Fuentes nos acercaremos a pie, en media hora, a la cala de Berellín, costeando la tan abrupta como imponente punta de África, que tanto recuerda a la costa oriental de Asturias y que constituye el límite occidental del parque natural de Oyambre. Otro paseo que deja una huella imperecedera. Los materiales kársticos que cuadran con el estereotipo de las playas de Llanes (Asturias) vuelven a manifestarse con todos sus atributos en la costa cántabra occidental. De nuevo necesitaremos horario de bajamar, o al menos de media marea, para recorrer la singular cala de Berellín. Si en pleamar guarda gran semejanza con una bañera familiar —eso sí, peligrosa para el baño si coincide la marejada con viento del noreste—, es durante la bajamar cuando se pueden recorrer las peculiares formas de las calizas desdentadas por la erosión. Podremos tocar su singular pared horadada durante las mareas vivas, o con coeficiente de mareas cercano a 118, el tope. Aquí, algunos optan por la práctica del esnórquel.

Después podremos bajar directamente a la N-634, pero mejor dar un pequeño rodeo por Prellezo a través de un delicioso paisaje verde de suaves colinas. Desde Prellezo, la pista a la playa del Sable (nuestro próximo destino) está impracticable, con lo cual renunciaremos a ella para salir a la carretera dando un rodeo por el barrio de El Lugar. Atrás se dejan el recomendable hotel rural Valle de Arco, cuya arquitectura imita una casona montañesa cántabra, y el restaurante La Parrilla de Prellezo, especializado en carnes (parrillada a 52 euros), dotado de amplia bodega y vistas a los Picos de Europa desde su terraza. Se recomienda reservar.
Frente a la báscula de camiones del polígono industrial de Los Tánagos se halla la entrada sin señalizar (consultar Google Maps) a El Sable, playa de ría por excelencia, muy protegida del viento del noreste, habitual los días soleados de verano. En este marco de tranquilidad poco concurrido espera un pinar con campas usadas para secar ocla (algas) y, delante, un arenal blanco y de grano fino, de 350 metros de longitud, que se recrea en el estuario del río Nansa, por lo que la mayor o menor presencia de agua dulce o salada dependerá del empuje mareal. Con la bajamar, una mezcla de lodo y arena invita a caminar un kilómetro para fotografiar el punto donde se abre el cauce al mar bajo imponentes acantilados. Aquí y allá se forman lagunas habitadas por aves acuáticas. A quienes visiten El Sable en pleamar les resultará menos fangosa. Con marea alta esta playa la usa la Escuela de Paddle Surf Ocle para recorrer la ría y, en ocasiones, con clientela ya avezada, navegar por mar abierto hasta la playa de Amió. Como curiosidad, dispone de una tabla con capacidad para 10 personas.
Después, merece la pena avituallarse en el restaurante Royal III (La Casa Azul), con sabrosísimas empanadas de atún con pisto, bocadillos Benito (en alusión al copropietario Benito Sánchez, quien diseñó este bocado de pan rústico con bonito, queso de cabra, pimiento y cebolla caramelizada), sin olvidar las palmeras gigantes, los sobaos y, sí, venden también corbatas de Unquera.
Pechón, entre Tinas
Sin casi impactos turísticos agresivos, la aldea de Pechón, en Val de San Vicente, se percibe, en una visión de conjunto, como una península mesopotámica repleta de prados y algunas casonas de sabor rústico. Sosiego garantizado.
Primero nos saldrá al paso el elevado mirador de carretera sobre la desembocadura de la ría de Tina Menor, formada por las aguas del río Nansa procedentes de las alturas montañosas y que se diluyen, ya hechas mar, a los pies de los fastuosos montes de Gerra. Las aguas en las Tinas viran, según los días, del verde al azul. Las barras de arena pueden unir islotes con la costa formando tómbolos. En el Cantábrico suelen manifestarse en las bajamares, con resultados sorprendentes, como en la playa de Amió. Con el reflujo marino se abre el brazo de arena que permite el al islote de El Castril, una zona muy comprometida para el baño (y sin vigilancia, como en el resto de playas de la zona).

Después de buscar aparcamiento (difícil en verano), podemos realizar la última excursión a pie a la caleta salvaje de Aramal, de complicado para personas con movilidad reducida, hasta la playa de las Arenas —a los pies del panorámico camping Las Arenas—, muy comprometida para el baño. De camino podemos buscar la manera de bajar a ver la Sarnosa, isla que se encuentra a tiro de piedra de la costa, por lo que se puede fotografiar sin molestar a las aves.
El regreso desde la Tina Mayor se realiza por una vía peatonal paralela a la carretera CA-380. Naturea Cantabria organiza la visita guiada Las Tinas: a golpe de mar tomando como partida el lavadero de Pechón.
El descanso final espera en las 36 habitaciones, los 2 apartamentos, el restaurante y el cuarto de bicicletas del muy recomendable hotel Tinas de Pechón.
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