Repensar el turismo para que los caribeños disfruten de su paraíso
La transición hacia un turismo más justo y resiliente en el Caribe requiere redefinir los indicadores de éxito en la industria y pasar de un modelo extractivo a otro inclusivo

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La imagen idílica del Caribe como un paraíso de playas blancas, palmeras y aguas turquesas ha sido una construcción repetida hasta la saciedad por la industria turística internacional. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar en el precio que pagan las comunidades locales y los ecosistemas para sostener ese ideal. Hoy, más que nunca, urge repensar el modelo turístico del Caribe, pasando de uno extractivo, desigual y dependiente, a uno que sea sostenible, inclusivo y respetuoso de su diversidad cultural y ambiental.
La pandemia de COVID-19 evidenció la enorme vulnerabilidad del turismo caribeño. Con el cierre de fronteras y la parálisis de la movilidad internacional, muchas economías de la región quedaron virtualmente congeladas. Esta dependencia extrema del turismo internacional no solo expone debilidades económicas, sino también revela profundas desigualdades: los beneficios suelen concentrarse en grandes cadenas hoteleras extranjeras, mientras que las comunidades locales permanecen al margen, enfrentando precariedad laboral, desplazamientos territoriales y daños a sus medios de vida.
El modelo dominante de turismo en el Caribe, basado en el turismo de masas y los cruceros, ha contribuido a la estandarización de la experiencia turística. Así lo refleja la llegada de 34,2 millones de turistas internacionales a la región en 2024, según la Caribbean Tourism Organization, de los cuales el sector de cruceros, que registró un notable repunte ese año, representa 33,7 millones de visitas, un 98,5% del total de visitantes. Como bien alertaba el poeta Derek Walcott, esta visión comercial cosifica la identidad caribeña a una postal superficial, vendida en folletos que ignoran la riqueza cultural y la diversidad histórica de las islas. Las escalas cortas de los cruceros y los paquetes todo incluido desincentivan el o con la comunidad, homogeneizan los destinos y limitan el impacto económico local.
A pesar de que este sector generó más de 4,26 mil millones de dólares en gastos directos y creó más de 94.000 empleos durante la temporada 2023/2024, se requiere impulsar una transformación real del turismo en el Caribe que debe comenzar por revisar los cimientos sobre los cuales se ha desarrollado. Para el desarrollo del turismo y las comunidades caribeñas, la conectividad y el transporte son de vital importancia. Sin embargo, el transporte marítimo en la región ha tenido un desarrollo fragmentado y no se ha capitalizado completamente. Aunque las islas están geográficamente próximas, la conectividad intracaribeña sigue siendo limitada en comparación con las conexiones externas, y los servicios de ferry enfrentan numerosos desafíos: infraestructura obsoleta e insuficiente, ineficiencias tecnológicas y de procesos, procedimientos aduaneros y migratorios poco armonizados, y la ausencia de una política regional unificada.
Superar estas barreras implica invertir en infraestructura portuaria moderna, armonizar los procesos aduaneros y migratorios, y establecer acuerdos regionales que permitan una movilidad más fluida entre países del Caribe. Esta mejora no solo permitiría el turismo entre islas, una alternativa más sostenible y descentralizada que proteja y fomente la cultura y el patrimonio de los pueblos diversos del Caribe, sino que también abriría la posibilidad de promover la experiencia caribeña como una región integrada. Fortalecer la conectividad desde adentro es clave para diversificar la economía, reducir la dependencia de los mercados emisores del norte global y construir una identidad turística más sólida, arraigada en las dinámicas culturales, sociales y económicas propias del Caribe.
Otro eje fundamental para transformar el turismo es el fortalecer las iniciativas de turismo comunitario (CBT, por sus siglas en inglés). A diferencia del modelo extractivo, el CBT se basa en la participación activa de las comunidades, el respeto a sus formas de vida, y la oferta de experiencias auténticas centradas en la cultura, la gastronomía, la naturaleza y las tradiciones locales. Como ejemplo, Santa Lucía, con su Agencia de Turismo Comunitario, llevan décadas priorizando el CBT, mientras que Trinidad y Tobago está desarrollando una política nacional en este sentido. Sin embargo, la ausencia de datos sobre los impactos económicos, ambientales y sociales limitan un compromiso político firme para apoyar estas iniciativas.
Para que el CBT no quede como una iniciativa marginal o simbólica, es fundamental garantizar el a financiamiento, proporcionar formación en gestión turística y hospitalidad, y desarrollar marcos regulatorios que reconozcan su valor económico, ambiental y cultural. Además, deben articularse sistemas de monitoreo e indicadores que visibilicen su impacto real en las comunidades, para poder sostenerlo y escalarlo. Estas acciones permitirían construir una industria más inclusiva, que redistribuya beneficios y empodere a los actores locales como verdaderos protagonistas del desarrollo.
Pero no podemos hablar de sostenibilidad sin abordar el impacto ecológico del turismo. El Caribe es una región de alta vulnerabilidad climática. Los huracanes, la elevación del nivel del mar y la degradación costera son amenazas que se intensifican con el cambio climático. Los desarrollos turísticos mal planificados, muchas veces ubicados en zonas de riesgo, no solo agravan estos problemas, sino que también multiplican los costos sociales y económicos tras cada desastre.
Por ello, resulta urgente fortalecer la resiliencia territorial del sector turístico. Esto incluye la aplicación rigurosa de códigos de construcción resistentes a fenómenos naturales, la planificación territorial basada en análisis de riesgo, y la restauración de ecosistemas costeros como barreras naturales frente a tormentas y erosión. Además, se deben exigir estándares ambientales más estrictos para proyectos turísticos, evitando la destrucción de manglares, arrecifes o dunas que son esenciales para la protección de las comunidades.
La transición hacia un turismo más justo y resiliente en el Caribe requiere redefinir los indicadores de éxito en la industria turística. Durante décadas, se ha medido el progreso por el número de visitantes o los ingresos brutos, sin considerar cómo se distribuyen estos ingresos, qué impacto tienen en los ecosistemas o qué legado dejan en las comunidades. Es urgente adoptar una métrica alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que incorpore dimensiones sociales, culturales y ecológicas.
En este proceso, la Asociación de Estados del Caribe (AEC), que reúne a 25 Estados y 10 asociados del Gran Caribe, desempeña un papel estratégico al promover la integración regional como motor del desarrollo económico y la proyección internacional. Ante desafíos como la falta de infraestructura, las diferencias culturales y la dependencia externa, es fundamental impulsar políticas clave como el fortalecimiento de la conectividad, la ampliación del intercambio comercial y el posicionamiento del Caribe como un destino regional diverso y articulado. Reimaginar el turismo en la región no significa solo optimizar su funcionamiento, sino transformarlo de manera profunda, dejando atrás un modelo extractivo y avanzando hacia uno verdaderamente sostenible, inclusivo y resiliente.
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