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Zozobra en Harvard: tres historias de doctorandos colombianos en vilo por la furia de Trump

La pelea del presidente estadounidense con las universidades de élite deja en suspenso el futuro académico de cientos de estudiantes internacionales

Vista del campus de la Universidad de Harvard, en Cambridge (Massachusetts).
Camilo Sánchez

Zozobra y ambiente enrarecido. Son dos de las calificaciones que más se repiten para describir el día a día en la Universidad de Harvard, la más antigua de Estados Unidos y acaso la más rica y prestigiosa. Lo cuentan tres aspirantes colombianos a doctorado, menores de 30 años, desde el campus al norte de Boston. Todos han pedido mantener su nombre bajo anonimato, pues temen represalias mientras se decanta el pulso entre el presidente Donald Trump y la institución. “No me interesa ser parte de la doctrina del miedo y del shock a la que juega el Gobierno de Estados Unidos. Ya hemos visto que primero desmoraliza con mensajes o gestos chocantes y luego suele retroceder uno o dos pasos”, asegura Enrique, estudiante en Ciencias Sociales desde hace un año.

Él, a diferencia de María e Inés, ha decidido seguir adelante con los viajes académicos fuera de Estados Unidos, so pena de que se le revoque la visa en cualquier momento. Una posibilidad latente tras la andanada de sanciones políticas y económicas lanzadas por Trump con el fin de apurar cambios profundos en el funcionamiento de Harvard. Una de ellas es la prohibición de matricular estudiantes internacionales, que suman un 25% del total del alumnado. Otra más ha sido el congelamiento de 3.000 millones de dólares en contratos y subvenciones federales. ¿Qué busca con esto? Contrarrestar los supuestos problemas de antisemitismo o la influencia extranjera china en el mundo académico.

De momento, como ha sucedido con otras iniciativas oficiales de la istración Trump, un juez federal dejó la semana pasada en el limbo la primera de ellas. La universidad se halla en medio de una gran batalla en los tribunales. El ambiente de puertas para adentro, con cierto eco a la cacería de brujas del macartismo, ha minado uno de los pilares básicos en un centro que suma 61 premios Nobel: la libertad de expresión. “La universidad, calladita, ha ido censurando varias cosas. Ha cerrado programas. Ha jubilado profesores. Ha ido capitulando, de forma disimulada, para preservar los fondos que aseguren su funcionamiento”, detalla María, aspirante a un título en el área de Medicina.

Lo dice con la intención de matizar la imagen idílica que ciertos medios han proyectado del rector, el doctor en Economía Alan Garber. Un académico judío de 70 años que ha debido plantarle cara al presidente republicano desde que asumiera las riendas del campus en enero de 2024: “Ningún Gobierno debe dictarle a las universidades privadas lo que deben enseñar o investigar”, ha dicho. No obstante, Enrique recuerda el panorama en las dos vigilias a las que asistió contra los crímenes del ejército israelí en Palestina: “Una de ellas fue organizada por los profesores. Cuando el Gobierno anunció su injerencia directa de manera abierta, decidí no asistir más a este tipo de eventos. A la última fui y me quedé, literal, con la boca cerrada porque había gente grabando y cualquier video se puede prestar para distorsiones”.

Inés, aspirante en la Escuela de Artes, recuerda que la amenaza de bloqueo a la visa de los doctorandos supone un golpe añadido a su fuente de ingresos: “Somos más de 4.000 personas que estudiamos y trabajamos. Eso ha sido lo más preocupante. Mi seguridad económica depende del permiso para seguir dando clases e investigando en Harvard. Es parte de mi doctorado”, reconoce una estudiante que, además, se ha especializado en asuntos de diversidad sexual y género, otro de los focos en la mira de la istración de Trump. “Yo temo mucho que me encarcelen o me deporten. Es una carga adicional para cualquier persona que quiera expresar algún tipo de disidencia a la línea ideológica del Gobierno”. Y a pesar de que el rector ha tratado de hacer las veces de escudo a las imposiciones del Ejecutivo, Inés recuerda que la universidad ya ha cedido. “Adoptó la definición de antisemitismo delineada por Trump. Hoy la mayoría de críticas al Estado de Israel cuentan como actos de violencia contra los alumnos judíos”, precisa.

Ni Enrique ni Inés descartan pedir un traslado a otra universidad estadounidense. O incluso a otro país. María, por el contrario, ha decidido mantenerse alerta, vivir el día a día y no viajar este verano. “Depende mucho del perfil. Hay estudiantes refugiados de países complejos que prefieren mantener la cabeza gacha. Otros, quizás, están en una situación menos comprometedora. Por eso se involucran más y no les importa armar alboroto”, reconoce María.

Los tres jóvenes académicos colombianos se quejan de estar desprovistos de buena información institucional: “Ha sido mínima. El presidente [Garber] mandó un email el 23 de mayo explicando que la universidad iba a demandar el ataque al programa de intercambio de estudiantes. Más allá de eso, no hemos recibido ninguna comunicación de la Oficina Internacional. Percibo poco acompañamiento institucional”, afirma María.

¿Cómo ha afectado todo esto su vida académica? “Es muy difícil investigar cuando existe el riesgo de que se lleven a un compañero. Ya sucedió con Rumeysa Ozturk en la Universidad de Tufts. La presión del Gobierno para que Harvard exponga a los alumnos o profesores que consideran más radicales ha ido en aumento”, agrega.

Algunos comentaristas han subrayado que el Gobierno tiene en la diana desmontar el pensamiento progresista en las instituciones de élite estadounidenses. Por eso, Enrique etiqueta la situación de “inédita”: “Antes, en los años de la Guerra Fría, ya se había perseguido a intelectuales, o académicos en concreto, por sus ideas de izquierda. Durante la guerra de Vietnam el problema no era lo que se enseñaba, sino las manifestaciones en los pasillos y en los campus. Hoy estamos hablando de una injerencia que busca controlar el pénsum, coartar la libertad de expresión y decidir quién entra a las universidades”. El potente patrimonio de 53.000 millones de dólares con el que cuenta Harvard le ha permitido, de momento, amortiguar la presión y dar la pelea en los estrados judiciales.

Los estudiantes saben, sin embargo, que las broncas con un presidente con un temperamento como el de Trump no suelen ser sencillas: “La clave para entender a los directivos de Harvard es que tienen que preservar la existencia de una institución fundada en 1636. Ellos no abrigan una visión cortoplacista. Por eso, por momentos han dejado de apoyar a sus profesores o estudiantes. Hay que verlos como unos es pragmáticos. La mejor prueba de esto es que a lo largo de este año solo se han pronunciado de fondo contra las maniobras de Trump cuando estas han supuesto una amenaza a las finanzas o la reputación de la universidad”, resume Enrique.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
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